miércoles, 2 de mayo de 2012

CONFERENCIA PRONUNCIADA POR JAVIER GARIN EL 26 DE ABRIL DE 2012 EN LA FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES DURANTE LA PRESENTACION DE LIBRO DE LEON POMER "CONTINUIDADES Y RUPTURAS: DE LA COLONIA A MAYO" (ED. COLIHUE) Por Javier Garin. Escritor y abogado, autor de los libros “MANUEL BELGRANO: RECUERDOS DEL ALTO PERU”, “MANUAL POPULAR DE DERECHOS HUMANOS” y “EL DISCIPULO DEL DIABLO: VIDA DE MONTEAGUDO, IDEOLOGO DE LA UNION SUDAMERICANA”. Buenas noches a todas y a todos: Es un enorme honor para mí haber sido invitado a presentar junto a mi colega un libro de un verdadero maestro de historiadores, y por qué no decirlo también, un compañerazo, como es León Pomer. León es un maestro no sólo por su vasta trayectoria, su gran cantidad de trabajos y publicaciones en castellano y portugués, su tarea académica en universidades de Argentina y Brasil, su participación en infinidad de conferencias, disertaciones y congresos, sino fundamentalmente porque es uno de aquellos historiadores que siembran ideas, interpretaciones, motivos, que sirven de inspiración a otros estudiosos. Su actitud generosa es la de quien concibe la disciplina que practica, no como un objeto de iniciados, sino como un bien que debe ser compartido para contribuir a la generación de conciencia popular. Y León es un tambien un compañerazo en el sentido que los militantes populares reservamos a esta expresión: un hombre solidario con una causa compartida, en el que sabemos que podemos confiar, y que merece toda nuestra estimación y cariño. Por eso, antes de referirme al libro que hoy presentamos, quisiera hacer algunas observaciones sobre el autor. Hoy está de moda hablar de revisionismo. Frente a la llamada “historia oficial” de matriz oligárquico-liberal, se alzaron muchas escuelas desde perspectivas muy diferentes. Hubo revisionismos conservadores, tradicionalistas, prohispánicos, federalistas populares, católicos, marxistas, etc., etc. Algunos de esos revisionismos, críticos de los mitos liberales, crearon a su vez sus propios mitos. León pertenece a una modalidad de revisionismo con la cual cada vez somos más quienes nos identificamos: un revisionismo de matriz popular, democrática, federal, latinoamericanista, humanista, fervientemente antiimperialista, de clara opción por los oprimidos, en abierta defensa de la igualdad –ese “santo dogma” del que hablaba Moreno y repetía el Monteagudo juvenil- y en valiente denuncia de todas las formas de sometimiento y explotación. Aunque posee una notable formación teórica y abundantes pergaminos, León no aborda la historia desde una presunta neutralidad académica. Sabemos muy bien que esa neutralidad no existe en el terreno de la Historia, como no existe en el de la Economía o de cualquier otra disciplina que, teniendo directa vinculación con la discusión de las formas organizativas de la sociedad, se halla impregnada de inevitable “ideología”. Pero una larga tradición de historiadores burgueses u oligárquicos han pretendido mostrarse como los portadores de un saber científico aséptico, supuestamente no ideologizado. Esa pretensión de cientificidad persigue la finalidad de erigir sus posicionamientos tendenciosos en postulados indiscutibles, sus opiniones en dictámenes irrecusables fundados en “hechos objetivos”. Presunta neutralidad que no es sino una maniobra más en la disputa cultural y política llevada al campo de la Historia. León, sin abandonar el rigor crítico y sin renunciar a la sólida fundamentación y documentación, en todo momento se presenta ante el lector con la franqueza de un posicionamiento para nada neutral. En efecto, ¿cómo podría ser neutral al estudiar los mecanismos de opresión, la explotación inhumana y el exterminio de pueblos enteros durante la Colonia? ¿Cómo podría ser neutral frente a la puja de sectores que, dentro mismo del proceso independentista, enfrentaba a quienes abogaban por una Revolución profunda, política, económica y social (una verdadera “revolución”, como la concibe y define León en este libro), y quienes sólo aspiraban a usufructuar la nueva situación dejando incólumes las estructuras de injusticia heredadas de la dominación española, o peor aún, a quienes no perseguían más que ofrecer América a los apetitos del acechante imperialismo inglés? Por esta toma de partido, por esta ausencia de neutralidad, León no rehúye las valoraciones rotundas de las figuras históricas que aborda ni pretende diluir sus diferencias en una insulsa galería de próceres más parecida a un cambalache en que se mezclan los dignos con los indignos, los héroes con los traidores. Basta leer su apreciación de la actuación política de Saavedra y de Moreno para comprender con qué sector están sus simpatías, lo cual no le impide deslizar las críticas que se merecen, desde su perspectiva, incluso aquellos personajes que suscitan su valoración más favorable. Como comprende perfectamente que la Historia es un campo de disputa, su mirada es profundamente apasionada: apasionamiento quizás atenuado por el don de la ironía, que implica una toma de distancia. Pero hasta la ironía, tan frecuente en su estilo, la convierte en un arma de combate. De allí que su lectura resulte tan entretenida, cosa poco común en los historiadores. CONTINUIDADES Y RUPTURAS: Todos estos rasgos, creo yo, se evidencian en el libro que hoy venimos a presentar, cuyo título es más que ilustrativo de su intención: “Continuidades y rupturas: de la Colonia a Mayo”. Ya el tema constituye un acierto, porque en tiempos del Bicentenario resulta indispensable abordar el período fundacional de nuestra nacionalidad, y en un sentido más amplio, de la gran nacionalidad continental. Así como en las discusiones furiosas y sangrientas de la Revolución Francesa se hallaban ya contenidos todos los dilemas políticos y sociales del mundo moderno (y de las Revoluciones que estaban por venir), así tambien en el proceso de la Revolución Continental Hispanoamericana -del cual el mayo porteño fue sólo un capítulo- aparecieron en germen las preguntas que aún hoy intentamos responder acerca de nuestro destino colectivo. Como bien señala León, no hubo un solo Mayo y no hay un solo legado de Mayo. Eran muchas las visiones y muchos los legados, a veces antitéticos, y es otro acierto la invitación de León a preguntarnos cuál de esos legados hemos recogido o queremos recoger. Por mencionar algunos ejemplos: ¿nuestro legado es la actitud de Saavedra y los sectores que él representaba, deseosos de reemplazar al Virrey en el poder, pero no dispuestos a aceptar cambios reales en la sociedad? ¿Nuestro legado es la postura de Saavedra, Funes y Campana, que llamaban “terroristas”, adeptos al sistema “robespierreano” y “jacobinos” a sus compañeros Moreno y Castelli, aplicándoles los mismos motes que utilizaban los españoles para descalificar la Revolución, como preanunciando la acusación de “subversivos”, de tan funesto recuerdo en nuestra historia reciente? ¿O nuestro legado será el de los propios Moreno y Castelli, ansiosos por destruir el orden colonial pegando en lo más profundo, incluso imprudentes para algunos, arriesgándolo todo en un frenesí a la vez destructor y creador? ¿Será nuestro legado el de Belgrano, con su insobornable apuesta por la Libertad y la Independencia de América del Sur? ¿O el de las elites locales, que boicotearon la unidad continental para salvar su poder en alianza con Inglaterra? ¿Nos reconoceremos en el sinuoso Rivadavia, amigo de todo lo inglés y todo lo europeo, portavoz del apetito de dominación de la burguesía comercial porteña? ¿O en Artigas y su voluntad democrática, caudalosa, profundamente autóctona en su afán transformador? ¿Y en qué tradición situaremos algunos de los hitos del presente? ¿Fue mezquina continuidad u osada ruptura el juzgamiento de los genocidas, la constitución de la Unasur, la expropiación de YPF? ¿Qué legado de Mayo se trasunta en ellos? Cuando uno concluye el libro, experimenta la inquietante sensación de que el proceso de Mayo e Hispanoamérica, tan justo y legítimo en sus argumentos contra la dominación colonial, quedó a media agua. Por imperio de las traiciones, de las voluntades políticas claudicantes o reaccionarias, de las relaciones de fuerza insuficientes, de las interferencias extracontinentales, de las contradicciones sociales internas, del influjo de un sistema de dominación mundial que ponía sus ojos en nuestro continente como un vasto campo de operaciones, o de las múltiples fuerzas que van emergiendo a la luz tan pronto como se desmorona el orden colonial hispánico, las promesas de Mayo van quedando incumplidas, se van desgarrando, son abandonadas o sólo parcialmente perseguidas, y el sueño de “Independencia y Libertad” de que hablaba Belgrano al izar la Bandera parece esfumarse ante nuestros ojos. Por momentos son mayores las continuidades, en el terreno de las injusticias, que las rupturas. Por momentos uno siente que las rupturas se han dado más en las formas que en el fondo, en las superestructuras que en las estructuras. Por momentos el sueño de Mayo parece sepultado por los acomodamientos de un continente entero a un nuevo orden mundial, a un sistema económico –el naciente capitalismo global, encabezado por Inglaterra-, que no concibe a los pueblos sino como mercados para la colocación de sus manufacturas y a la tierra sino como la tributaria de materias primas para su insaciable hambre de ganancias y de dominación. “La autoridad colonial será expulsada –observa León-. Lo no expulsable será la sociedad colonial”. Y más adelante agrega: “Los cambios en el poder que producirá Mayo no honrarán a la palabra revolución. En lo inmediato dejarán intocada la realidad económica, las clasificaciones y jerarquias sociales, la estructura de relaciones entre estratos superiores y subalternos. Es cierto, todo quedará conmovido, habrá crujidos, pero el poder mercantil engendrado en la colonia será ahora el poder en cuyas manos quedarán las decisiones fundamentales, aunque otras manos fueran las ejecutoras.” Y ya casi sobre el final del libro, cuando completa su periplo, León volverá a afirmar: “La profundidad de una revolución se mide por lo que intenta superar y reemplazar y acaba superando y reemplazando. Pero cuando en el “revolucionado” organismo social lo viejo persiste en algunos de los rasgos que mejor lo fundamentan y caracterizan, la revolución será un término engañoso.” Este juicio, que podría sonar categórico y desalentador, es rápidamente retrucado por la esperanza militante del propio autor, quien añade: “Observando el devenir de la historia en una perspectiva temporal menos inmediatista, habría que considerar que frustraciones iniciales no son más que el comienzo de un prolongado, sinuoso y contradictorio proceso, que en tanto albergue en sus contradictorias entrañas grupos humanos con vocación popular - transformadora, será fiel a la herencia de los subversivos de Mayo”. Y de allí se sigue una sentencia que prolonga sus ecos hasta el presente: “La historia no estará cerrada”. LA OPRESIÓN COLONIAL HISPÁNICA NO FUE UNA LEYENDA NEGRA Una de las partes más movilizadoras del libro es la disección que León realiza de las estructuras y mecanismos de dominación colonial en América. En las antípodas de los historiadores “negacionistas” prohispánicos y nostálgicos del orden colonial, quienes pretenden que la sociedad colonial era un lecho de rosas y las matanzas de millones de indígenas constituían una mera “leyenda negra” hecha circular por los ingleses, León denuncia con toda claridad los extremos de crueldad, salvajismo e inhumanidad que la dominación española asumió en América. Basta leer los datos que nos proporciona acerca de la espantosa mortandad de los pueblos originarios en las distintas regiones para comprender que la Colonia fue uno de los sistemas de opresión más sanguinarios de la historia de la Humanidad, sobre el cual asentó España su engañosa elevación a la categoría de potencia mundial mientras que el flujo ininterrumpido de riquezas, metales preciosos y materias primas arrancadas del seno de nuestro continente iba a alimentar las arcas de ingleses, franceses y holandeses y a conformar lo que Marx denominó el proceso de “acumulación originaria” sobre el que se apoyó el desarrollo del sistema capitalista mundial. (No tienen desperdicio las citas que hace León de Adam Smith). León no sólo examina con rigor la maquinaria de la opresión sino que desmenuza sus raíces ideológicas. Encuentra que en América el sometimiento brutal se halla revestido bajo la apariencia de un “choque de razas” o civilizaciones. Observa las racionalizaciones y pretextos de los colonialistas para su inhumanidad y rebusca sus orígenes hasta la antigüedad clásica, hasta las disquisiciones de los antiguos griegos y su oposición entre civilizados –ellos- y bárbaros –todos los demás- (Sarmiento no fue para nada novedoso), hasta los filósofos y teólogos medievales que van a darse finalmente la mano, a través de los siglos, con los ideólogos de la modernidad europea. La materia común de la ideología del “desprecio” –como acertadamente la define León- es la negación de entidad humana al hombre americano. Vemos a los escritores, economistas, cronistas y hasta naturalistas de Europa dejar a un lado sus diferencias nacionales e ideológicas para coincidir unánimemente en la descalificación moral, espiritual y física del hombre americano, “reducido a la condición de bestia”, como denunciaba Belgrano, destituido de su humanidad, convertido en parte del paisaje, catalogado como una infrarraza, un subhombre, una degeneración, un cuerpo sin espíritu, una cultura inferior, bárbara e idolátrica, incapaz de pensamiento abstracto y bellas artes, unos individuos indolentes y vagos, renuentes a trabajar, torpes y rudimentarios. A los incontables ejemplos que cita León deseo agregar uno: “las razas más degradadas de la tierra”, llamaba Darwin a los pobres onas y yamanas fueguinos, como legitimando por anticipado su exterminio. La descalificación de la humanidad americana era el arma ideológica por excelencia de la opresión europea, que se apoyaba así en presuntas superioridades raciales y culturales para justificar sus crímenes y la explotación feroz de los nativos. Y he aquí que León tiene un ojo en el pasado pero otro en el presente. Porque es imposible para el lector atravesar estas páginas sin preguntarse si realmente ha habido un cambio en la mentalidad del desprecio. Las argumentaciones de los usurpadores europeos persisten en los colonialistas de hoy… Pero además han echado raíces en nuestra propia cultura. Renacen bajo las nuevas repúblicas independientes en los ideólogos de las oligarquías racistas enceguecidas de odio contra los indios, los gauchos, los negros y todos los sectores sociales a quienes aspiran a someter y explotar. Mitre, Sarmiento, Roca, aparecen hermanados con Pizarro y Cortés. El llamado “conquistador del desierto” con su política de exterminio de los indios se presenta como un mero precursor de la dictadura genocida. El racismo colonial se prolonga en el racismo de nuestras clases alta y media del presente, que siguen empleando las mismas ideas de presunta superioridad y desprecio para reclamar la subordinación o exterminio –mediante la llamada “mano dura”- de aquellos descendientes de los antiguos pobladores americanos a quienes llaman “negros”, “cabecitas negras”, “villeros”, o bien estigmatizan con xenofobia por haber nacido en Bolivia o Paraguay. ¡Qué lejos este racismo de los ideales gloriosos de Mayo, del “santo dogma de la igualdad”, del reglamento para los indios de las Misiones hecho por Belgrano, de la Proclama de Emancipación de los Indios redactada “a cuatro manos” (como dice León) entre Monteagudo y Castelli y leída frente a las tropas y los pueblos originarios en las ruinas inmemoriales de Tiwanacu el 25 de mayo de 1811! Al pensar en ese luminoso momento emancipatorio, uno siente, una vez más, que aquellos ideales fueron traicionados. No eran españoles coloniales sino oligarcas bolivianos quienes reemplazaron las mulas por indios para mover las norias de la casa de la Moneda en Potosí, ante la falta de animales provocada por las guerras civiles argentinas. No eran españoles sino oligarcas argentinos quienes encomendaron a Roca masacrar a nuestros indios, a los cuales la propia Constitucion por ellos sancionada mandaba integrar, no asesinar. ¿Continuidad o ruptura? La balanza se inclina por la continuidad de las estructuras e ideologías de opresión. Y sin embargo, hoy vemos renacer a esos mismos pueblos sepultados durante quinientos años, ninguneados, exterminados, y aparecen como portadores de un nuevo estado de conciencia, reclamando su lugar y sus derechos en la nueva realidad continental. Los caminos son sinuosos, como advierte León, y así, doscientos años después, un descendiente de los indios que escuchaban entre atónitos y suspicaces a Castelli y Monteagudo ha jurado como Presidente de Bolivia en las mismas ruinas de Tiwanacu donde se proclamó –en apariencia estérilmente- su emancipación. ¿Logros o frustraciones? León nos recuerda que ya en 1810 Moreno discutía en un célebre escrito la posibilidad de una Confederación continental. ¡En 1810! Y más adelante, al reseñar la lucha de Castelli, nos vuelve a recordar que fue tambien allí, en el Alto Perú, donde el “diabólico” representante de la Junta revolucionaria se atrevió a imaginar una sola patria desde el Caribe hasta Chile. Idea que sistematizó Monteagudo en 1813 en su Constitución para los Estados Unidos de América del Sur. Sueño que revivió Bolívar en la otra punta del continente y que quedó destruido por el trabajo combinado de las oligarquías y de la descuartizadora Inglaterra por aquello del famoso “divide y reinarás”, que en otras oportunidades también examinó León como experto en esa obra maestra del fracticidio alentado por Gran Bretaña que fue la Guerra del Paraguay Y sin embargo, doscientos años después, el sueño vuelve a florecer de la mano de la Unasur, la CELAC y los cada vez más sostenidos esfuerzos en pos de la unidad definitiva de nuestros pueblos en un solo gran pueblo continental. Tal vez por eso es que León nos dice que su libro no tiene final. No lo tiene porque el proceso iniciado en mayo aún no ha concluído, y es a nosotros hoy, y no a nuestros próceres de hace doscientos años, a quienes corresponde escribir las páginas finales y decidir entre un desenlace de continuidad en la dependencia colonial y uno de ruptura liberadora. UN HISTORIADOR MILITANTE MERECE LECTORES MILITANTES Los historiadores de la oligarquía o la burguesía tienen allanado el camino para la difusión y circulación de sus obras. Son los heraldos del esquema de dominación en el campo de la historia y contribuyen a la batalla cultural por mantener la hegemonía de las clases que representan. Los historiadores que, como León, optan por el pueblo, no encuentran la misma facilidad para hacer conocer sus ideas: son vistos como peligrosos, como “subversivos”, tal cual define León a los revolucionarios de Mayo. Por tanto, los lectores de un historiador militante debemos tambien ser lectores militantes y comprometernos a la difusión de estas ideas y de este libro. La batalla cultural en el terreno de la historia no es un entretenimiento de eruditos, sino parte de una batalla más amplia por la hegemonía y el proyecto que busca en el pasado las raíces del presente. Sólo mediante la generación de conciencia popular puede América Latina unirse y liberarse de la opresión colonial que aún persiste y la amenaza. Sólo mediante la lucha de un pueblo concientizado pueden abolirse las injusticias sociales aún vigentes. De allí la importancia del conocimiento de la Historia, de la “verdadera historia” como dice la canción popular. Los invito a ser lectores militantes del libro de León Pomer y a contribuir así a esta batalla cultural tan necesaria para profundizar las rupturas, para sofocar las continuidades, y para que la Historia, como esperanzadoramente nos dice León, no quede cerrada, sino que permanezca abierta a la voluntad emancipatoria de nuestro pueblo. Muchas gracias.